Poco antes de que los domingos fueran amargos, parados en los cables de luz, los pajaritos escucharon al abuelo preguntándole a una niña de pelo negro y piel morena, por qué llevaba un vestido tan largo, que si pensaba volverse monja. Ella, que lo había comprado solo para ir a visitarlo el día de su cumpleaños, no podía ocultar la pena mientras partía la torta y cantaba con más fuerza que nunca: “¡Hasta el año tres mil!”.
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Muerta de risa
Necesitaba estar muy cerquita, pero sin caerse. Como casi no veía, se puso de pie, se sentó en el marco de sus gafas y empezó a moverse: “adelante y atrás, adelante y atrás”. Sus pies en el aire eran como un motor y sus gafas un columpio que la acercaba y alejaba de todo lo que quería. Cuando abrió los ojos, se puso de nuevo las gafas y muerta de risa se acomodó en su silla del salón de matemáticas.